La DOLCE VITA de los amantes del reggaetón

Anita Eckberg crece y crece entre góndolas, preguntando a Mastroianni por la mejor ropa para mascotas, se agiganta como en la fuente cremosa donde le gusta nadar y baila agitadamente uno de esos ritmos que desagradan hasta el momento en que el baile es privado y hasta sin esa música para mascotas ajenas. Baila con lo que la une a lo que la ata y a lo que la inunda y amarra y sumerge y desata y emerge y hunde y abarca como si al hundirse pudiese abarcar tanta humedad. Anita Eckberg por lo inabarcable, mas no inalcanzable. Alcanzable, pero no inasible. Tan alcanzable que admite con furia inconclusa la horma que se derrama en sus inabarcables caminos sin pavimento, admite con pasión devota la forma de la horma que completa su papel de mitad entera en sus grandes gotas de corazón a corazón de amor y sed de gotas blancas que mantienen la juventud del rostro y, mientras reducen las texturas frutales, mejoran el camino hacia su trabajo y ahondan su forma de conocer su ocupación natural.